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jueves, 14 de enero de 2016

Casi todos los libros publicados por José Antonio del Cañizo.


viernes, 26 de diciembre de 2014

CHISPAZOS – 1



   Empiezo a fines del año 2014 esta serie de textos breves, y lo hago con un canto de amor a los libros y la lectura que acabo de leer en el número de Noviembre-Diciembre de la revista El Ciervo de Barcelona, en la que colaboré con muchos artículos hace bastantes  años, y mi mujer, María Luisa Nadal Escalona, pertenecía al consejo de redacción de Madrid, y también publicó algunos.
   En este último número Toni Comín, hijo de Alfonso Carlos Comín, culmina una serie de tres artículos interesantísimos sobre su estancia en la casa de Nelson Mandela.
   Llega un momento de la noche en que Mandela se retira a dormir, y su esposa sigue charlando un rato más con Comín. Y mientras Mandela va subiendo las escaleras comenta que va a leer un rato, y añade con una gran añoranza: “¡En la cárcel sí que tenía yo tiempo para leer, y no como en todos estos últimos años!”.
   Los aficionados a la lectura nos alegramos mucho de que en sus 27 años de cárcel tuviese tiempo de leer muchíiiiisimo…

                                    ***

   Una de las frases más sencillas y más veraces que escribió Jorge Luis Borges me gusta mucho: “La Literatura es una de las formas de la felicidad”.
   Y se atribuye a varias personas otra estupenda, que asegura que “El dinero no da la felicidad; pero ayuda a comprar libros”.
                                  ***
   Entre las personas que lógicamente leen muchísimo, porque son académicos de la lengua, hay algunos que se llevan fatal con otros, y el caso más divertido que conozco se refiere a dos miembros de la Real Academia Francesa. Hace bastantes años me contaron que como muchos académicos eran muy mayores había con cierta frecuencia entierros, muchos de los cuales se celebraban en el famoso Cementerio del Padre Lachaise, en París.
   Al terminar uno de ellos volvían juntos caminando hacia el centro de la capital dos académicos que se odiaban, y que vivían en el mismo barrio. Y al cabo de un rato el que tenía menos años le preguntó al otro:
   -¿Y a usted le merece realmente la pena venir hasta el centro, para tener que volver muy pronto al cementerio?      

                                  ***
   Hablando de personas que han alcanzado edades muy avanzadas recuerdo que un gran amigo mío me contó que tenía en tío en el norte de España que se mantenía bastante bien de salud pese a haber cumplido noventa años.
   Mi amigo fue a verle en fecha tan señalada, y su tío le comentó que sentía desde hacía poco algunas molestias y que al día siguiente tenía hora con un médico. Fueron los dos, y cuando el doctor le recomendó una medicina y extendió la receta, él la cogió con aspecto preocupado y hasta receloso y le preguntó al médico:
 -¿Pero esto no me creará hábito?

                                ***
   Ese amigo y yo estudiamos juntos la carrera de doctor ingeniero agrónomo, y por asociación de ideas me acuerdo ahora de que hace muchos años me telefoneó a la oficina del Ministerio de Agricultura en Málaga un importantísimo alto cargo del Ministerio en Madrid, y me dijo que iba a Canarias pero quería pasar un par de días en Málaga, y ver algunos ejemplos especiales o curiosos de agricultura y ganadería.
   -Habla con el jefe de los veterinarios, esperadme ambos en el aeropuerto, y como siempre estoy viendo explotaciones modernísimas y ejemplares buscar algo original.
   Primero el jefe de los veterinarios nos llevó a lo alto de un monte para ver a un pastor de lo más rústico que estaba rodeado por unas cincuenta cabras parecidísimas entre sí.
   Yo me preguntaba qué particularidad tendría aquello; pero en cuanto una de las cabras se apartó unos metros del rebaño el pastor gritó “¡Aquí, Manuela!”,  y ella acudió presurosa y abriendo la boca para tragarse la almendra que él había sacado del bolsillo.
   Inmediatamente después gritó: “¡Aquí, Juliana!”, y se repitió la escena con otra, y siguió llamando a quince o veinte más.
   -Pero ¿cómo consigue usted esto? –preguntó asombrado el director general.
   -Pues porque llevo muchos años de pastor, siempre solo aquí por los  montes, y sin hablar con nadie, y en ago tenía que entretenerme.
   Después nos desplazamos a la finca de naranjos, limoneros, mandarinos y pomelos que yo había elegido, y todos los árboles estaban perfectamente cuidados y muy sanos, pero entremezclados a lo loco.
   El director general volvió a quedarse perplejo, y en su interior debía de estarse preguntando: “¿Pero Cañizo por qué me habrá traído a esta finca tan disparatada?”. Y le dijo al dueño:
   -No logro comprender por qué lo tiene todo embarullado, cuando cada cítrico tiene una época de recolección diferente, y distintas plagas y enfermedades que hay que tratar en diferentes momentos, y cuando los plantó así se complicó usted la vida para siempre…
   El agricultor sonrió y contestó:
   -Pues lo hice así tras darle muchas vueltas al asunto, porque cuando los planté ya habían nacido mis cuatro hijos, y pensé lo que sigo pensando: que si cuando yo me muera le tocasen a uno todos los naranjos, a otro los limoneros, a otro los mandarinos y a otro los pomelos, todos me maldecirían, pues cada cual pensaría que le había dejado lo peor.
   Desde luego aquel cabrero y aquel agricultor eran dos seres humanos admirables.  
       
                                ***
   Otra anécdota inolvidable la protagonizó una viejecita tan sencilla como aquel cabrero y aquel labrador.
   Vivía en un pueblo grande de la provincia de Málaga, en el que además de la iglesia parroquial había otra, y cada una era la sede de una cofradía. En Semana Santa cada una celebraba su procesión, una con el Cristo de los Verdes y otra con el Cristo de los Morados, llamados así por el ropaje y los ornamentos de cada uno de los dos pasos de Semana Santa.
   El amigo nacido en ese pueblo y llamado Ángel que me contó esto siendo él y yo mayores recordaba que durante su infancia y su adolescencia hubo ocasiones en que los cofrades de uno y otro templo estuvieron a punto de pelearse a puñetazos durante una procesión, y desde entonces los dos curas dispusieron que una saliera el Jueves Santo y otra el Viernes Santo.
   Pero como aquello atraía cada vez más público de forasteros y turistas, e incluso de extranjeros que pasaban la Semana Santa en la Costa del Sol, ambos curas comprendieron que era mucho mejor que viesen una sola procesión grandiosa, con ambas imágenes, con todos los cofrades de ambos “bandos”, y con el pueblo en masa.
   Aquel acontecimiento y aquel aluvión de forasteros emocionaron grandemente a las gentes sencillas, y mi amigo Ángel (entonces quinceañero) me contó de mayor que a su lado lloraba de emoción una viejecita, y al preguntarle él por qué lloraba si debía estar muy contenta, ella contestó:
   -¡Ay, Angelito, lloro de tanta alegría y tanta emoción que siento al pensar en lo contenta que estará la Virgen al ver por fin a sus dos hijos  juntos!
  
                                ***

   Y ahora citamos a Shakespeare, y concretamente la escena final de su obra titulada Vida y muerte del Rey Ricardo III, de hacia el año 1590.
   En plena batalla matan a su caballo, Ricardo cae al suelo, se levanta y grita desesperado:
   -¡Un caballo, mi reino por un caballo!
   Es uno de los momentos más dramáticos y más impactantes de la obra; pero en una representación un gracioso que formaba parte del público de las alturas gritó:
   -¿Te da igual un burro?
   El público en pleno se echó a reír a carcajadas, y cualquier otro actor se habría enfadado y habría malogrado totalmente la escena; pero aquel resolvió estupendamente el problema gritándole al gracioso:
   -¡Sí! ¡Baja!

                                          ***
 Y terminamos con otro chispazo algo más largo y más científico pero con un final divertido :) 


La mosca blanca y el humor negro

   Uno de los días más emocionantes (y divertidos) de mi vida profesional fue el de la venida a Málaga de un gran sabio estadounidense de prestigio mundial, para ayudarnos a combatir a un minúsculo insecto que tenía una mala idea gigantesca.
   Era la tristemente famosa mosca blanca de los cítricos (Aleurothrixus floccosus), cuyas larvitas chupan la savia de las hojas de naranjos, limoneros, mandarinos, etcétera, y van deteriorando la copa.

Grandes dificultades para combatirla

   El máximo problema se planteaba en los naranjos agrios (o naranjos amargos) que se alinean en tantas calles andaluzas, en las que no conviene usar naranjos dulces porque muchas personas cogerían  las naranjas, y al hacerlo podrían romper algunas ramas.
   Las larvas están protegidas por unas secreciones blancas a las que se añaden las gotitas del melazo pringoso que segregan, y la negrilla o tizne que acude a vivir allí. Y era dificilísimo pulverizar los naranjos de las aceras sin duchar los primeros pisos con agua envenenada.

El gran sabio americano

   Preocupadísimo con aquel problemón cogí un grueso tomo sobre lucha biológica de un gran sabio de la Universidad de California llamado Paul de Bach, que había resuelto problemas semejantes en varios países con la eficaz ayuda de un insectito bueno llamado Cales noacki, que mataba a los malos.
   En mi calidad de cinéfilo yo veía aquello como una de las películas del Oeste sobre las luchas entre ganaderos y agricultores, cuando estos últimos contratan a un famoso pistolero para que les defienda.
   Y aquella gran autoridad mundial contestó a mi ansioso fax (pues entonces no existía el correo electrónico) con otro que decía que llegaría a Málaga tal día en tal avión con un maletín lleno de tubitos repletos de insectos, que había que utilizar de la siguiente manera.
   Iríamos atando esos tubitos en ramas de naranjos muy atacados de fincas alambradas y cerradas de noche, para que ningún ladrón de frutas pudiera llegar en un camión para cortar muchas ramas llenas de naranjas, llevándose quizás algunos de nuestros queridos tubitos.
   La segunda condición era que los propietarios de las fincas jurasen que no tratarían nunca más, pues matarían a nuestros ayudantes.
   La tercera consistía en que tendríamos que identificar periódicamente con facilidad esos árboles para ir comprobando con una lupa si nuestros amiguitos se iban extendiendo y multiplicando, e ir metiendo en tubitos a sus descendientes, para llevarlos a muchas fincas. (Y yo los fui llevando después por Andalucía y a Valencia y Canarias).
   Pensé intensamente durante los días de espera hasta que comprendí cuál era el naranjal más idóneo.

Su creciente asombro

   Cuando le recogimos en el aeropuerto fuimos charlando animadamente, pues era un hombre simpatiquísimo, y tenía esa sencillez que poseen los verdaderos sabios. Pero cuando vio que íbamos dejando el campo a nuestras espaldas y acercándonos a la capital dijo en inglés lo que traduzco aquí:
   -¿Pero cómo es que vamos a entrar en la ciudad  en vez de ir a una finca de naranjos?
   -Tranquilo, tranquilo, que vamos bien – le dije.
   Se quedó calladísimo, y estoy seguro de que en aquel momento empezó a pensar que se había puesto en manos de un loco, pues ya estábamos entre edificios altos.
   Y su estupor llegó al límite al ver que aparcábamos junto a la puerta del Cementerio de San Miguel, en pleno casco urbano.
   Me miró con ojos desorbitados y dijo:
 -¡But this is a cemetery!

Las ventajas del cementerio

   Y mientras entrábamos le dije:
-Sí, y lo he elegido porque es el único sitio de la provincia que cumple las condiciones que me dijo. Hay un ataque tan tremendo que las personas que vienen con trajes negros se van con los hombros llenos del melazo blanco. Los ingenieros del Ayuntamiento me han jurado que suspenderán los tratamientos. Está rodeado con una reja alta y la verja de entrada la cierran de noche.
   Su expresión de estupor y desconfianza iba siendo sustituida por una sonrisa ilusionada.
   -Y es muy fácil recordar los árboles en los que vamos a poner inmediatamente los tubitos, pues he elegido los naranjos situados cerca de las tumbas y mausoleos de los Heredia, los Larios, los Gross y los Souviron,  y los más próximos a la iglesia. Además nuestra oficina está cerca y podremos venir frecuentemente para ir cazando los insectos cuando se vayan multiplicando, y llevando tubitos a muchas fincas de la provincia.
   Y nunca olvidaré sus risotadas y sus exclamaciones mientras se me acercaba para darme un abrazo y decía abriendo mucho la boca:
   -“¡Humorr negrro españoool! ¡Toda mi vvida llevando bichos porr el mundo, y nunca, nunca en un cemetery!”.



miércoles, 3 de diciembre de 2014

LAS INOLVIDABLES Y DIVERTIDAS VISITAS DE LOS REYES Y EL PRÍNCIPE AL JARDÍN DE LA CONCEPCIÓN DE MÁLAGA

 
   Dentro de mi satisfactoria y gozosa dedicación durante unos cincuenta años al mundo de la Jardinería me han entusiasmado muy especialmente los jardines históricos, en los que se añaden a los atractivos de la vegetación en sí la evocación y el estudio de las épocas en que fueron creados y los personajes que los disfrutaron.  

   Dediqué cinco años a salvar y restaurar los jardines de la Hacienda de El Retiro de Fray Alonso, que tiene unos tres siglos y está situada en Churriana (Málaga), y diez años al Jardín Botánico-Histórico La Concepción, que tiene más de un siglo y medio y está a la salida de Málaga en dirección a Madrid.




Visitas en 1998 y en 2003

   Y ahora que los reyes de España ya no son mi coetáneo Don Juan Carlos y Doña Sofía, sino Felipe VI y Doña Leticia, he estado recordando la visita de los primeros a La Concepción el 22 de Junio de 1998, y la del entonces príncipe el 5 de Enero de 2003.

La jornada de los Reyes en 1998

   La entonces alcaldesa de Málaga, Celia Villalobos, y la concejala responsable del Patronato Botánico Municipal y del Jardín Botánico-Histórico La Concepción, Ana Rico, me avisaron de la inminente visita regia, y el viejo edificio rehabilitado para las oficinas de dicho Patronato se transformó en un par de días como por arte de magia.

   El entonces y ahora Jefe de Protocolo del Ayuntamiento, Rafael Illa, hizo de mago con los correspondientes operarios, y transformaron varias vetustas estancias en un dormitorio y un cuarto de baño regios, y un despacho en cuya decorativa mesa pusimos el Libro de Honor de La Concepción, del que conservo la fotocopia de la primera página, en la que se lee:

   “Al Jardín Botánico de La Concepción con nuestro saludo más afectuoso.

Juan Carlos R.           Sofía R.                  22-VII.98.”

Las recepciones y las piezas arqueológicas

   A lo largo del día los Reyes recibieron a tres amplios colectivos de personas notables, y mientras él charlaba con todos y les hacía reír con su simpatía y su buen humor habituales, ella empezó a preguntarles cosas a la alcaldesa y la concejala, que me llamaron.
  
 Y tras charlar sobre varios asuntos que le interesaban le dije que, dada su conocida afición a la Arqueología, le podía gustar ver el pequeño pero refinado Museo Loringiano, cerca del cual y dentro del cual había estatuas y restos de mosaicos romanos, que habíamos complementado con unos paneles informativos y con una amplia foto del gran mosaico romano que ocupaba todo el suelo, y que los propietarios vascos de La Concepción se llevaron al mausoleo familiar sito en su tierra.

   Y también habíamos puesto  una copia en papel de la Lex Flavia Malacitana, por la que se regía esta tierra en el siglo primero de nuestra era, y cuyo original en bronce estaba y está en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. Y quedamos en que después de la comida en el cenador de las glicinias no bajaríamos hasta la entrada principal por el camino ancho sino caminando a lo largo del arroyo de la ninfa, para ver dicho museíto y las estatuas.

Precauciones en cuanto a la seguridad de los reyes

    Y aquí es imprescindible  retroceder un par de días, para hablar de las precauciones en cuanto a la seguridad de nuestros regios visitantes. Mientras se estaba acondicionando todo aquello me anunció la simpática y eficaz secretaria Pilar Arcá que dos guardias de seguridad de los reyes querían verme, y entraron en mi despacho dos mocetones uniformados que parecían sacados de una película sobre la policía montada del Canadá o algo parecido, y que efectivamente tenían a sus caballos esperando fuera (afortunadamente).

   Me pidieron que pusiese a su disposición a alguien que les guiase al rodear por completo la finca, para inspeccionar la alambrada que la circunda y analizar si algún tirador podría disparar desde algún sitio, cortando o no para ello la alambrada. Les presenté a la persona adecuada y no volví a verlos.

  Y en cuanto llegaron los reyes vimos que siempre había muy cerca dos hombres de paisano que obviamente pertenecían también al equipo de seguridad.

El paseo hasta la salida y las tres sorpresas

 El recorrido vespertino desde el cenador de las glicinias hasta el Museo Loringiano y la puerta de entrada y salida del público fue digno de una escena cinematográfica.

   En la gran foto del diario Sur  del 23 de Junio de 1998 se veía abajo un tramo del arroyo de la ninfa y la propia estatua de la ninfa, y desde la derecha de la foto a Ana Rico, Doña Sofía, Celia Villalobos, Don Juan Carlos, Javier Arenas (que actuaba como Ministro de Jornada), un servidor de ustedes, un guardaespaldas y el ya mencionado Jefe de Protocolo, Rafael Illa.

   Yo iba hablándoles de algunas plantas que íbamos viendo, como en este caso los nenúfares, y en un momento dado la Reina, siempre interesada por todo, preguntó:

-¿Y también hay aquí animales?
  
   Y cuando yo contesté que sobre todo aves, y que las estaba catalogando un equipo de ornitólogos, me desmintieron de inmediato tres apariciones  sucesivas.

   De pronto salió del arroyo un erizo, que al parecer estaba bebiendo o bañándose, y que cruzó tranquilamente el sendero justo delante de los zapatos de la Reina, motivando nuestras exclamaciones de asombro, y desapareciendo de inmediato entre la espesura. ¡Qué capacidad de convocatoria tiene Doña Sofía!, pensé.
   Y al volver la mirada hacia adelante descubrí horrorizado que uno de los caballos de los guardias había dejado allí una prueba inequívoca de su paso. Me adelanté señalando a las copas de los árboles más altos y hablando de ellos, para que toda la comitiva mirase hacia arriba, y puse mis zapatos de manera que ocultaron aquello.

Y en cuanto pasó ese peligro nos asustó algo inesperado. No he dicho que además del mencionado guardaespaldas había otro que caminaba unos diez o quince metros antes que nosotros y mirándonos, pues andaba hacia atrás y giraba la cabeza continuamente para no caerse en el arroyo. Estaba claro que iba así para que entre los dos lo controlasen todo.

   Y de pronto nos quedamos de piedra cuando empezó a señalarnos con un dedo índice acusador, y moviendo la mano nerviosamente. Yo pensaba: ¿pero qué ocurre?, ¿quién de nosotros puede resultarle sospechoso? Y él seguía señalando. De pronto empezó a acercársenos, siempre con el dedo apuntando a alguien, y por fin vimos con alivio que llegaba hasta la primera de la fila, Ana Rico, y le quitaba de su chaqueta blanca un escarabajo negro que se veía al día siguiente como una rayita en la foto del  diario Sur.

   En dicho periódico constaba al día siguiente que la Reina había recalcado que “La Concepción es un paraíso”, y contaba algo que me gustó mucho cuando lo presencié.

   Yo le había dicho a todo el personal que cuando estuviésemos a punto de llegar a la verja de entrada y salida formase una fila ante la casita de la taquilla, para que lo Reyes les saludasen al pasar. Y podían haberse limitado a hacer unos gestos de despedida y decir adiós; pero la Reina se detuvo y con una gran sonrisa acompañada con unos gestos de las manos les dijo algo así:

-Venid, venid, acercaos para que os demos la enhorabuena por cómo está el jardín de cuidado, y cómo ha funcionado todo a lo largo de este día maravilloso.      

La jornada del Príncipe Felipe el 5 de Enero de 2003

   Eran los tiempos en que habían urgido conflictos a causa de las relaciones de Felipe de Borbón con la modelo Eva Sannum, y él había tenido que terminarlas, y nos anunciaron que pasaría en La Concepción unas horas el 5 de Enero, durante una comida y un encuentro con no recuerdo qué colectivo, quizás de empresarios o algo semejante.

   El caso es que todos sabíamos que el príncipe estaba muy triste y muy solitario, y decidí hablar con las guías que explicaban cosas sobre el jardín en varios idiomas, y al frente de las cuales estaba Soraya, que desempeñaba su cargo perfectamente.

   -Ya sabéis lo que le ha pasado al príncipe y lo triste que está -les dije-, y considero importante para el país que encuentre cuanto antes una joven estupenda. Lógicamente Soraya y Estefanía tienen mucho adelantado gracias a sus nombres; pero las demás no dejéis de intentarlo. En consecuencia os ruego que me entreguéis antes de ese día un folio con una foto, vuestro nombre, vuestra edad, vuestros datos de contacto, y obviamente ese objeto tan importante para un príncipe.

-¿Qué objeto? ¿Qué quieres decir? – preguntaron intrigadísimas.

-Evidentemente un zapatito. Dadme cada una un zapatito dentro de una bolsa bonita, y yo se los haré llegar otro día, pues no es cosa de entregárselos delante de todos los asistentes a la comida.

-¡Huy, qué horror! -exclamó Estefanía-, entonces yo no tengo ninguna esperanza, porque calzo un 42.

-Bueno, pero no te desanimes, que yo le diré que eres una mujer con una base muy sólida. Y cuando él vaya a salir os telefonearé para que forméis delante de la taquilla y le despidáis con una sonrisa cuando pase con su coche. ¡Tenemos que animarle!


   Pero, como todo el mundo sabe, la sensacional aparición de una atractiva e inteligente asturiana impidió que yo, por única vez en mi vida, actuase de casamentero.

jueves, 28 de agosto de 2014

Anécdotas interesantes o divertidas – 1

Mi visita al rey Balduino de Bélgica

   Uno de los recuerdos más agradables de mi vida corresponde al día que pasé en la residencia que tenían en Playa Granada (Motril) el famoso rey Balduino I de Bélgica y su esposa, Fabiola de Mora y Aragón, con la cual se había casado en 1960.
   Yo había leído de pasada en la prensa que él había comprado una gran casa con una amplia parcela en la costa motrileña, para dedicar sus vacaciones a su gran afición por la pesca, pues allí había un magnífico pescador y ambos pasaban horas y horas en el barco de ese experto profesional.

Schumacher, Karl H. (Fotógrafo)


Un telefonazo inesperado

   Y un día me sorprendió grandemente que me llamasen de parte de tan ilustre y popular monarca, para que fuese a examinar el jardín que le había hecho hacía unos meses un vivero madrileño, y en el que bastantes plantas iban fatal.
   Salí para allá con mi inolvidable, inteligentísimo y ocurrente capataz Manuel Baho, y nos recibió un caballero español muy amable y simpático, que era algo así como el mariscal de campo, y nos dijo que Su Majestad estaba navegando y pescando y tardaría unas horas en volver; pero que recorriésemos todo minuciosamente para hacer un informe escrito y con fotos, y con mi dictamen.
   Fuimos examinando el estado de cada árbol, palmera, arbusto, etcétera, tomando notas y muestras y haciendo fotos, y al cabo de unas horas se oyó el motor de un barco que se iba acercando.

Aparece el Rey Pescador

   Y Balduino en persona, con un pantalón vaquero y una camiseta deportiva también azul y bastante sudada, y con la cabeza descubierta, avanzó hacia nosotros con ágiles zancadas y con una sonrisa muy acogedora.
   Le informé detenidamente de cómo estaba todo, y le expliqué que el problema se debía a que ese vivero había traído plantas muy adecuadas para Madrid, pero que sufrían muchísimo con los vientos salinos frecuentes en la costa.
   Escuchó eso y más detalles con mucha atención e interés, le informé de lo que convenía hacer, y le dije que enseguida le enviaría un informe escrito y con fotos donde detallaría todo.
   Y luego él señaló la copa de una palmera datilera bastante alta que tenía unas cuantas palmas amarillentas. Fuimos hasta ella y preguntó que si volvería a estar verde o se moriría.

Un diagnóstico que provoca risas

   Nos acercamos a su tronco y le dije a Manuel que mirase cómo estaba la zona del palmito o cogollo, es decir, la yema apical única de la que depende la vida de todas las palmeras que tienen un solo tronco.
   Y Balduino se quedó asombrado al ver cómo aquel delgaducho pero fibroso capataz de edad avanzada trepaba por el tronco con la agilidad y la rapidez de una ardilla, sin más ayuda que sus manos y sus pies calzados con alpargatas.
   El Rey de los belgas lanzó exclamaciones de asombro y rió a carcajadas, y demostró su sentido del humor situándose exactamente bajo Manuel y abriendo los brazos como para recogerle en ellos si se caía.
   El jardinero metió su cabeza todo lo que pudo entre los peciolos pinchosos y terminó su inspección.
   Se deslizó tronco abajo vertiginosamente, y dirigiéndose a Balduino a un metro de distancia y con cara de pésame, acompañó su diagnóstico con un gesto tajante de ambos brazos, y exclamó:
   -“¡S’ha escogollao!”
   Los otros tres nos reímos a base de bien, y Balduino disfrutó muy especialmente con aquel diagnóstico tan científico. Y nos dijo que tomásemos algo fresco con su acompañante dentro de la casa, mientras él se duchaba y aseaba e iba a ver a su esposa.

La sorpresa de Manuel

   Yo estaba algo extrañado de que Manuel tratase al Rey de los belgas en plan compadre, y lo comprendí cuando pasamos a un salón presidido por un gran retrato del monarca vestido de gala, y Manuel se quedó paralizado ante él, mirándolo estupefacto.
   Se volvió hacia mí y me dijo en voz baja:
   -¿Pero es que este “mushasho” que nos ha “estao” atendiendo es el Rey?
   -Pues claro, ¿quién iba a ser? Si sale siempre en la tele y en todas las revistas...
   -¡Ah, pero es que yo, al verle así, en vaqueros y con esa camisetilla sudada, y tan sencillo él, he creído que era el jardinero!

Epílogo importante

   Balduino nació en 1930 y subió al trono en 1951, a la temprana edad de 21 años.
Yo llegué a Málaga en el año 1963 y calculo que aquel día motrileño debió de pertenecer al año 1970 aproximadamente, cuando él tenía unos cuarenta años.
   Y por allí correteaba y se chapuzaba en la piscina un sobrino adolescente del Rey que era rubio, guapo y distinguido, y que desde el año 2000 es el Gran Duque Henri de Luxemburgo.

   Balduino se llamaba en realidad Baudouin, y murió repentinamente en 1993, a la edad de 63 años, en aquella casa de la costa granadina a la que había puesto el nombre de Villa Astrida en homenaje a su madre, la princesa Astrid de Suecia.


   Era un gran hombre y una persona magnífica.



lunes, 28 de julio de 2014

50 EDICIÓN DE LOS PREMIOS DE PARQUES Y JARDINES DE LA COSTA DEL SOL

   Con motivo de la 50 EDICIÓN DE LOS PREMIOS DE PARQUES Y JARDINES DE LA COSTA DEL SOL, que tuvo lugar en Marbella el 25 de julio de 2014, tuve el placer de entregar en nombre del Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de Málaga una placa cuyo texto es el siguiente:

   “La Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, de Málaga, presidida por el Excmo. Sr. D. Manuel del Campo y del Campo, otorga un Premio al Excmo. Ayuntamiento de la capital por la atractiva remodelación de la Plaza del Poeta Alfonso Canales, donde destaca el famoso Palo Borracho Amarillo o Barrilito o Yuchán.”

Pomares, Cañizo, Remedios del Río y foto antigua de Canales y el barrilito

  En representación del Excmo. Sr. D. Francisco de la Torre Prados, Alcalde del Ayuntamiento de Málaga, la recibió D. Francisco Javier Pomares Fuertes, Teniente de Alcalde Delegado de Derechos Sociales y responsable del Área de Participación, Emigración y Cooperación al Desarrollo, que pronunció un vibrante, emotivo y evocador discurso sobre la figura de Alfonso Canales y acerca de la acertada remodelación de su plaza.

   Está situada junto a la Plaza de la Marina y muy cerca de la casa en que vivía el gran poeta y abogado Don Alfonso Canales Pérez-Bryan, Premio Nacional de Poesía en 1965 y Premio de la Crítica en 1973, y que fue Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de Málaga durante muchos años, y del cual hay en este jardín un busto hecho por el escultor Jaime Fernández Pimentel.



   La Presidenta del Club de Jardinería de la Costa del Sol, Doña Remedios Nieto-Palacios de del Río, entregó los siguientes premios:

-       Jardín Botánico-Histórico La Concepción de Málaga
-       Jardín Botánico de la Universidad de Málaga
-       Finca “La Concepción”, antiguos Altos Hornos de Marbella
-       Jardines del Hotel Puente Romano de Marbella (foto siguiente)
 


-       Palmeral de las Sorpresas del Puerto de Málaga, y a su diseñador el Arquitecto D. Jerónimo Junquera
-       Jardín de la casa “Huerta de las Monjas”, de Manuel García Ferreira (foto siguiente)


-       Jardines del Parlamento de Andalucía
-       y a la brillante trayectoria personal del paisajista Jerry Huggan

   A ello hay que añadir sendos premios especiales a las siguientes esculturas del gran artista D. Miguel Berrocal:

-   Opus 129 Monumento a Picasso, en los Jardines de Picasso de Málaga
-   Opus 363 en la Urbanización Pinos del Limonar, Málaga

viernes, 4 de julio de 2014

REAL ACACADEMIA DE BELLAS ARTES DE MÁLAGA PRESENTACIÓN ANUARIO 2013

 

   Siempre conviene empezar con una cita de algún autor preferiblemente olvidado, y yo invoco a Baltasar Gracián, maestro del conceptismo y la brevedad, que un día del siglo XVII en el que estaba especialmente locuaz pronunció estas siete palabras: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Y yo voy a ser también muy breve.
   Esto ha coincidido con que yo estaba leyendo cosas sobre Los Siete Sabios de Grecia, y me he dado cuenta de lo ridícula que es esa cantidad comparada con la de sabios y sabias que hay en la Real Academia, cuyas aportaciones enjoyan la colección de anuarios que comenzó en 2001, al incorporarse Pepe Bornoy, y hasta hace unos días totalizaban unos 320 artículos, informes, laudatios y textos diversos, a los que vienen a añadirse los del que presentamos hoy.
   Sólo tengo tiempo para mencionar brevísimamente a siete integrantes de la Academia, y empiezo por nuestro Presidente, Manuel del Campo y del Campo, del que todos conocen esos dos apellidos pero ignoran el tercero, que se lo puse yo el día en que se inauguró la calle que lleva su nombre. El Ayuntamiento tuvo el acierto de dedicarle la situada ante el antiguo Conservatorio, que además está decorada con unas jardineras con plantas floridas, por lo cual le dije al terminar el acto: “Desde hoy eres ya Don Manuel del Campo y del Campo y del Jardín”.
   Una de sus muchas virtudes consiste en que no necesita para nada un ordenador, pues lo tiene incorporado en su cerebro, y basta con mencionarle el nombre de cualquier músico de los últimos diez o quince siglos para que recite inmediatamente su nombre completo, sus fechas de nacimiento y fallecimiento, y la lista de sus principales obras, y si hay un piano las interpretará en el acto.
   Nuestra querida y admirada María Victoria Atencia posee la elegante sabiduría de llegar con sus poemas a lo más hondo de las mentes y los corazones de quienes la leemos, y más aún de quienes hemos tenido la fortuna de escuchar sus recitales. Y muchos no saben que además es piloto o pilota, y hay fotos que la muestran muy cerca del cielo de Málaga. E imagino que cuando le venía de pronto la inspiración en las alturas tenía que pilotar con una sola mano y anotar rápidamente los aparecidos versos en un cuadernito. Quizás por eso su poesía es tan elevada y tan celestial.
  La que habría dejado boquiabiertos a Solón de Atenas, Tales de Mileto y los otros cinco sabios griegos habría sido Rosario Camacho, cuya magna obra titulada Málaga Barroca es uno de los más admirados y acariciados libros de mi biblioteca, y además ha publicado otras obras importantes, como la Guía Histórico-Artística de Málaga, y en los anuarios nos ha deleitado con trabajos sobre temas tan variados como la visita de Isabel II a Málaga, las fiestas en la Andalucía barroca, el Museo Carmen Thyssen y muchos otros.
   Pedro Rodríguez Oliva nos ha ilustrado sobre los ecos de la Grecia antigua en la Málaga romana, los mosaicos romanos de nuestra provincia, una estatua de Urania reencontrada, unos vasos egipcios de alabastro, etcétera. Y siempre le imagino con una larga túnica blanca y una corona de laurel, pues tiene todo el empaque y la grandeza de los máximos sabios que en el mundo han sido.
   María Pepa Lara investiga siempre con originalidad y sabiduría sobre temas poco tratados por otros estudiosos, como la historia del cine en Málaga, los chalets notables del Paseo Miramar, o los patronos de Málaga Ciriaco y Paula. 
  Estrella Arcos dispara flechas con su apellido y su juvenil audacia contra algunas de esas dejadeces que afean a la generalmente bella Málaga, y en el nuevo anuario nos muestra los tristes deterioros de un edificio muy céntrico, una cueva y un grupo escultórico.
     Y mi séptimo sabio de hoy es Ángel Asenjo, un gran arquitecto que ha enriquecido Málaga con edificios muy notables y con una gran personalidad, como por ejemplo ese audaz y modernísimo Palacio de Congresos que le elogiaba entusiásticamente otro arquitecto malagueño, Ignacio Dorao, diciéndole: “Ángel, este edificio me fascina tanto que un día serás culpable de mi muerte, porque siempre que paso por allí conduciendo tuerzo el cuello para disfrutar mejor de su contemplación, en vez de mirar a los otros coches”.   
   Y con esto termino.
   Empecé citando a un autor antiguo y termino con uno moderno, contando que cuando Vladimir Nabokov estaba en Estados Unidos en pleno apogeo de su fama, gracias al gran éxito de su novela Lolita, y de la película de Stanley Kubrick, se le acercaron al final de una conferencia unos escritores jóvenes y le dijeron:
-Maestro: ¿puede darnos algún consejo para que escribamos mejor?
  Y él les contestó sin vacilar, exclamando:
- ¡Cuidad los detalles! ¡Los divinos detalles!
   Y eso hace en sus cuadros y en nuestros anuarios Pepe Bornoy, cuyo nombre completo es José Manuel Cuenca Mendoza “Nabokov”.


jueves, 3 de julio de 2014

LA LECTURA COMO ELEMENTO IMPRESCINDIBLE PARA LA RESPIRACIÓN

LA LECTURA COMO
ELEMENTO IMPRESCINDIBLE
PARA LA RESPIRACIÓN
 
 


Pregón inaugural de la
Feria del Libro de Málaga 2004

José Antonio del Cañizo





El un tanto provocador y militante título que he dado a este pregón se debe a un recuerdo de mi adolescencia.
   Cuando mi padre disfrutaba viéndome reír a carcajadas mientras leía las divertidas obras de aquel ingenioso escritor y dramaturgo que fue Enrique Jardiel Poncela, como Eloísa está debajo de un almendro, Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Un marido de ida y vuelta, etc., solía contarme que él tuvo el placer de asistir a aquella conferencia de Jardiel que se hizo famosa y tenía como  título: La mujer como elemento imprescindible para la respiración.
   Y yo añado a la mujer la lectura, ya que sin la mujer no podríamos nacer ni amar, y sin la lectura no puede nacer nuestra mente al gozoso descubrimiento pleno de todas sus posibilidades de emoción, imaginación, sentimientos y saberes.
   El filósofo y académico de la Lengua Emilio Lledó decía lo siguiente:
   "Los libros nos dan más, y nos dan otra cosa. En el silencio de la escritura cuyas líneas nos hablan, suena otra voz distinta y renovadora. En las letras de la literatura entra en nosotros un mundo que, sin su compañía, jamás habríamos llegado a descubrir".

Muchos fuimos iniciados en ese descubrimiento cuando éramos niños y nos contaban cuentos.
   Multitud de lectores de todas las edades disfrutamos muchísimo leyendo La isla del tesoro y El doctor Jekyll y mister Hyde, novelas por las cuales debemos dar las gracias a Alison Cunningham.
   Y que nadie piense: "¡Menudo patinazo, si son de Robert Louis Stevenson!", porque es de justicia reconocer que la existencia y la calidad de esas dos magníficas obras se las debemos en buena parte a la niñera del pequeño y enfermizo Robert, que le contaba cuentos y le recitaba himnos y poemas en las frías y lluviosas noches escocesas.
Ella contaba, leía y declamaba con tanta entonación y tan dramáticamente que aquel fascinado niño se aficionó muchísimo a ese gran placer de que nos cuenten historias, y ello influyó más adelante a que se lanzase a inventar y contar otras con su llana y fluida pero a la vez poderosa y rítmica manera de escribir.
   A Stevenson le gustaba tanto escucharla que aplazó el momento de aprender a leer, para prolongar el placer y la admiración que le causaba comprobar cómo la simple palabra humana podía crear tantos ambientes y dar tanta vida a lo narrado.

Pero no solamente les han contado o leído historias a los niños, sino también a muchos adultos.
   Esto se ha hecho, por ejemplo, para acompañar con lecturas piadosas el tiempo de la comida en el refectorio de los monasterios. O para entretener y culturizar a los obreros durante trabajos repetitivos, como en Cuba a mediados del siglo XIX, cuando la gran mayoría de los cigarreros eran analfabetos, y más adelante los que emigraron a Florida continuaron la costumbre, hasta el punto de que una de las más prestigiosas marcas se llama Montecristo por lo mucho que disfrutaron al escuchar durante muchas jornadas laborales El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.
   Y muchas veces alguien les leía a otros simplemente porque durante largos siglos y en dilatadas regiones eran muy pocos los que sabían leer, y rarísima la casa en que había libros.
   Hay un caso concreto que contaba el editor escocés William Chambers y que me gusta mucho, pues lo protagonizó hará un par de siglos uno de los mejores animadores a la lectura de que tengo noticia.

   Estamos en una comarca rural donde no hay más que un libro, un ejemplar editado en 1720 de una famosa obra del historiador romano de origen judío Flavio Josefo, titulada Historia de la guerra de los judíos contra los romanos y de la ruina de Jerusalén, de cuyos acontecimientos, sucedidos en el siglo I, fue testigo presencial.
   Su poseedor va de aldea en aldea y de finca en finca para leer unas páginas con tanto apasionamiento que sus rústicos oyentes vibran con aquellos hechos históricos sucedidos hace dieciocho siglos como si fuesen noticias de última hora.
   Me encanta imaginar a nuestro trashumante lector dándose largas caminatas por montes y llanuras para declamar aquellas crónicas de una guerra tan ajena, remota y olvidada, y suspender astutamente la lectura en cada hogar en el mismo punto, para que ningún vecino pueda contar a otros lo que sigue, y mantenerlos así a todos en vilo hasta el próximo día, de manera que cuando se acerca a cada casa salen a recibirle preguntando ansiosamente:
   -¿Qué noticias nos traes?
   -Malas, muy malas. Van a pasar cosas terribles. ¡El Emperador Tito ha puesto cerco a Jerusalén!
   -A ver, a ver, cuenta, cuenta… -le ruegan todos, frotándose las manos.

   Y también hay quien ha leído libros en voz alta, y sin parar, a otros porque no ha tenido más remedio, ya que existen personas tan amantes de la lectura que, con tal de tener a alguien que les lea, son capaces de las mayores infamias.
   El agudo escritor británico Evelyn Waugh, autor de novelas tan buenas como Un puñado de polvo y Retorno a Brideshead, presenta en la primera a un viejo que vive en las profundidades de una selva americana desde niño, pues nació allí de padre inglés y madre nativa.
   Su padre le leía en voz alta novelas de Dickens, cuyas obras completas guardaba en un arcón, y tan absorbido estaba en disfrutarlas y en contagiarle a su retoño el amor a ellas que ni siquiera se molestó en enseñarle a leer, con lo cual el después huérfano adolescente y luego adulto se desesperaba al ver cómo muchas de aquellas páginas iban siendo devoradas por las hormigas en vez de por él mismo.
   Una vez en toda su vida había aparecido por aquella selva alguien que sabía leer: un negro que le leyó de cabo a rabo Oliver Twist, Los papeles póstumos del Club Pickwick y otras, y luego murió, dejando sumido de nuevo en la exasperación al oyente vitaliciamente frustrado.
   Pasan los años y ¡por fin! aparece, enfermo y agotado, un joven llamado Tony que se ha perdido tras separarse de su grupo, y el viejo le cura y le cuida por el interés y, en cuanto se restablece, le pone a leerle a Dickens sin parar, tras enseñarle un alargado montón de tierra y explicarle que es la tumba del negro que tanto contribuyó a su felicidad durante un tiempo, tumba sobre la que clava una cruz hecha con palos, en memoria del negro y celebración de la providencial aparición de Tony.
   El recién llegado lee y lee y lee, dándose obligadamente unos atracones de Dickens tremendos, mientras espera con impaciencia y tensión crecientes que vengan a salvarle. El insaciable oyente está feliz y le elogia diciendo que lee con mucha más entonación y mejor pronunciación que el negro, y mejor incluso que su padre.
   Y cuando Tony ya le ha deleitado con David Copperfield, Historia de dos ciudades y Grandes esperanzas, el viejo oye un día ruidos y voces que se acercan a la aldea y que le alarman mucho.
   Rápidamente emborracha, droga y esconde a Tony, y a los que vienen a salvarle les enseña la tumba y la cruz del negro, fingiendo que son del compañero al que buscan, tras lo cual se marchan consternados.
   Cuando Tony despierta su anfitrión le dice:
   -Ha dormido usted nada menos que dos días seguidos. Es una lástima, porque no ha podido usted ver a nuestros visitantes.
   -¿Visitantes?
   -Sí, tres hombres ingleses. (…) imagino que no volverán a visitarnos. Estamos tan retirados... Esto no tiene ningún atractivo, salvo la lectura... Creo que no volveremos a tener visitantes jamás. Bueno, bueno, tome esta medicina, que le hará sentirse mejor, y hoy no tendremos Dickens; pero sí mañana, y pasado mañana, y al otro día, y al otro... Empecemos de nuevo La pequeña Dorrit. Hay pasajes en ese libro que nunca puedo escuchar sin sentir deseos de llorar.

También ha habido lectoras sorprendentes y con muchísimo mérito.
   Como Lucrecia Squarzia, por ejemplo.
   Vivió en la época de los primeros libros de bolsillo y fue co-protagonista de uno de los primeros best-sellers.
   Algunos supondrán, quizás, que estamos hablando de hace cincuenta años; pero hablamos de hace quinientos.
Cuando el invento de Gutenberg se fue afianzando (y él arruinando), los libros eran demasiado voluminosos y pesados, y el humanista y editor veneciano Aldo Manuzio lanzó en el año 1501 la primera colección de libros de bolsillo, dedicada en su mayor parte a los clásicos griegos y latinos.
    Pero como conocía muy bien la gran diversidad de inquietudes y aficiones de sus conciudadanos, intercaló en aquella sucesión de obras clásicas otra distinta que se convirtió inmediatamente en uno de los libros más vendidos y consultados.
   Apareció en 1535 y se titulaba, en la bella lengua italiana de aquella poderosa República de refinada cultura, Tarifa delle putane di Venezia, que en italiano suena finísimo, y en cuyo instructivo y cuidado texto describían sus numerosas redactoras sus principales características morfológicas.
   Entre todas refulgía como una gema la gentil Lucrecia Squarzia, pues hacía constar que se interesaba mucho por la poesía, y que llevaba "siempre consigo una edición de bolsillo de Virgilio, o bien de Petrarca y, a veces, de Homero".
   Llevado por mi afán investigador he efectuado un estudio comparativo con los textos del mismo género literario que incluyen los periódicos actuales, y tengo que decir muy  entristecido que no he hallado detalle alguno relativo a las aficiones literarias de sus protagonistas, ni la más leve prueba de que muestren ni el menor interés por Virgilio, Petrarca u Homero.
   ¡Qué bajón de nivel lector se ha producido en los últimos cinco siglos!

Otra de mis lectoras favoritas es una mujer de hoy; pero también con claras resonancias homéricas.
   Hace dos años la comisión organizadora de la Feria del Libro de Málaga me otorgó el Premio 2002 por mi labor en pro de los libros y la lectura, y en mi discurso de agradecimiento diserté sobre la importantísima literatura de la concisión que caracteriza a nuestra época.
   La componen varios géneros literarios muy sugerentes y novísimos, hasta ahora insuficientemente valorados por críticos y editores. Me refiero a los minúsculos textitos que acompañan a los anuncios televisivos, las agudas y profundas frases de famosos y famosas que nos regalan su filosofía de la vida desde grandes vallas publicitarias, y la literatura de camioneros, constituida por esas pocas palabras que les caben en el único renglón de chapa disponible encima del cristal de la cabina, lo cual otorga a estas obras un mérito grandísimo.
   Esta literatura de lo súper-breve adquiere toda su importancia por el hecho de ser la única que lee el cincuenta por ciento de los españoles.
   En aquella ocasión escogí una breve antología de esa literatura a cien por hora, que incluye desde manifestaciones de amor paternal tan entrañables y de tan rica sonoridad como "Por mi Vanessa, mi Ainhoa y mi Iván" hasta pensamientos llenos de sabiduría popular como "Más deben otros".
   Pero después un amigo me ha contado que ha visto circular por una carretera andaluza una breve obra maestra que en solo cuatro palabras entre signos de exclamación encierra toda una novela de amor contemporáneo y a la par eterno.
   "¡Ahí viene mi Pepe!", proclama en letras blancas sobre la carrocería roja ese inspiradísimo renglón.
   ¿No es una maravilla? Nada más oírlo he pensado en Marcel Proust.
   No por la concisión, evidentemente, pues ¡qué más quisiera Proust!, el hombre que vio rechazado el primer tomo de A la recherche du temps perdu por el editor francés Marc Humblot con las siguientes palabras:
   "Mi querido amigo, quizá debo de estar muerto de cuello para arriba; pero por más que me devano los sesos no acierto a ver por qué alguien necesita treinta páginas para describir cuántas vueltas da en la cama antes de dormir".
   No por la concisión, digo, sino por lo que le contestó a un joven e incipiente escritor que le pidió algún consejo para inventar argumentos: "¿Y cómo puede tener usted dificultades para encontrar argumentos, si en la vida de cualquier matrimonio de provincias hay tema para diez novelas?".
   Y aquí tenemos la novela de este sencillo matrimonio de provincias, camionero él, que ha llevado lleno de ilusión la primera composición literaria de su vida no a un editor, que jamás la habría aceptado, sino a un taller de chapa y pintura, donde se lo han publicado estupendamente y sin ninguna errata, y hacendosa ama de casa ella, que cuando calcula que su Ulises está pisando a tope el acelerador de su nave porque ya está a punto de llegar a casa de vuelta de la Unión Europea, sube a la terracita y se pone a otear el horizonte con una mano haciendo visera sobre sus anhelantes y amorosos ojos, y oteando, oteando durante horas, alargando el cuello y con el corazón galopando en su pecho, ve al fin emerger sobre el perfil del cambio de rasante el renglón deseado y:
   -¡Ahí viene mi Pepe! -clama gozosa nuestra Penélope andaluza.
   Y baja las escaleras corriendo y gorjeando el libreto que tan generosamente le ha escrito el esposo para dárselo todo hecho, y lo repite ante hijos y vecinas, y toda la calle se convierte en Ítaca por unos momentos, porque ya llega el sudoroso y agotado Ulises, presto a tomar en brazos a su Penélope, para cerrar brillantemente todo el ciclo de la literatura universal desde La Odisea hasta nuestros días.

Y ahora preguntémonos:
    ¿De qué les sirvió leer u oir leer a esas personas?
   A Robert Louis Stevenson el que le contasen y leyesen cuentos de pequeño le sirvió para crear obras maestras que ahora disfrutamos nosotros.
   A los confeccionadores de habanos y a los que vivieron la destrucción de Jerusalén con mil ochocientos años de retraso les sirvió para despertar sus mentes y sentir el placer de saborear una historia, y ello en medios poco propicios, iluminando así sus vidas duras y rutinarias.
   Al insaciable oyente de obras de Charles Dickens le sirvió para soportar la soledad y la incomunicación con sus semejantes, y para vivir otras vidas muy distintas de la suya, en una patria que nunca conoció.
   A la sensible Lucrecia su afición a los clásicos le sirvió nada menos que para pasar a la posteridad, ella y sólo ella entre tantas otras compañeras quizás más bellas y aplicadas.
   Y a nuestra ingenua y anhelante Penélope le basta la lectura a larga distancia de un único renglón para sentir las mayores alegrías de su vida, gracias a que su Ulises camionero cumple, sin saberlo, el sabio consejo que dio  Baltasar Gracián en el sglo XVII: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".
   He seleccionado solamente unos pocos ejemplos interesantes y curiosos; pero a un número casi infinito de lectores de todos los tiempos esta afición les ha servido para ampliar su horizonte mental y vivir otras vidas, conocer otros países, otras costumbres, otras maneras de pensar, y hacerse más comprensivos y menos racistas e intolerantes.
   Y ello porque han ido aprendiendo sin casi darse cuenta que en todos los países, razas y religiones hay gente estupenda y gente deleznable, y no hay que tener una visión tan esquemática y maniquea como la que desgraciadamente se está extendiendo ahora más y más.
   Han enriquecido su vida interior y su vocabulario, han logrado que su conversación sea más interesante y variada, han aprendido muchas cosas del mundo y de la vida sin el esfuerzo que requieren los libros de texto y ensayo.
   Se han divertido, emocionado e intrigado, han desarrollado su imaginación quizás en germen o anquilosada o dormida, cuando puede ser tan gozosa y fecunda, y han obtenido muchos más frutos que no hace falta seguir enumerando.
   Puesto que la afición a leer tiene tantísimas ventajas, pasemos a plantearnos un problema muy actual, urgente y preocupante.

¿Qué podemos hacer para que las nuevas generaciones lean, o lean más, y descubran y disfruten todas esas grandes ventajas?
   Estoy francamente preocupado con este desafío; pero afortunadamente sé que estamos empeñados en vencerlo muchísimos profesores, bibliotecarios, escritores, editores, libreros, animadores a la lectura, etc. (y también en femenino, porque ellas están absolutamente en vanguardia en todo esto), apoyados, impulsados y potenciados por políticos, organismos, entidades, fundaciones, etcétera.
   Soy testigo directo, gracias a mis encuentros y coloquios en colegios, institutos, bibliotecas y centros de profesores, de la meritoria y fecunda labor que están haciendo con sus bibliotecas públicas el Ayuntamiento de Málaga y bastantes otros de la provincia, nuestra Diputación y otras muchas, y la Junta de Andalucía con su Centro Andaluz de las Letras, el Circuito Literario Andaluz, el Plan Andaluz de Fomento de la Lectura y sus clubs de lectores, más el Pacto Andaluz por el Libro, etc.
   Y las ferias del libro con las múltiples y fértiles actividades que las acompañan, y las diversas entidades que también tienen bibliotecas abiertas a todos.
   (Aunque también existen muchos profesores meramente funcionariles que no mueven un dedo por todo esto).
   Todas esas palpables realidades forman un fértil y creativo empeño que me hace sentir optimista en lo referente a los frutos de la animación a la lectura en sí, dentro de una visión realista de las cosas, claro.
   Pero lo que me inquieta y desazona de verdad es que esto es una pequeña parte de una problemática mucho más amplia, entristecedora y dificilísima de resolver, que adormece y banaliza a la juventud actual, ante la que habría que realizar un gran esfuerzo social para combatirla en tres frentes:
   La lucha contra el cerebro en fascículos.
   La lucha contra la crisis de valores e ideales.
   Y la lucha contra las caricaturas de libertad.

¿Qué es eso del cerebro en fascículos?
Es un monstruo implacable que corta en rodajas las seseras infantiles y juveniles, que empezó a actuar hace ya bastante tiempo sirviéndose del zapping o zapeo televisivo, y que después incrementó grandemente su productividad gracias a la navegación febril e ininterrumpida por Internet y al uso compulsivo de los jueguecitos informáticos.
   Por supuesto, son avances formidables y que han dado y dan muchísimos frutos; pero el efecto que producen en el cerebro adulto ya formado y adiestrado en el uso de otras fuentes de conocimiento y entretenimiento más concentradas y reposadas no se parece nada al que están produciendo en muchos cerebros infantiles y adolescentes, que desde el inicio de su desarrollo se acostumbran a ese recibirlo todo hecho cachitos.
   Cuando encienden el televisor con el mando a distancia en la mano y el dedo pulgar en actitud tensa y expectante y caen en una película, si en pocos minutos no hay muchos tiros o puñetazos y mucha sangre o algo de sexo saltan a un concurso, y si al poco rato los participantes no han ganado millones o no han hecho algo muy chocante o divertido intercalan unas actuaciones musicales brevísimas, aceleradas y trepidantes, y después ven un fascículo de telediario y, si no hay grandes atentados o impresionantes inundaciones, se aburren y se ponen a navegar por Internet.
   Les he visto navegar en centros escolares y bibliotecas públicas y he constatado que jamás paran más de unos segundos en el mismo menú, texto o imagen, y que en páginas web con un poco de enjundia hacen clic febrilmente  para saltar de aquí para allá, porque su verdadero placer consiste en esa sensación de libertad, agilidad y velocidad que les embriaga y les hace sentirse modernos y con el mundo en sus manos.
   Es triste comprobar que esos medios fascinantes, prodigiosos, traían incluido entre sus muchísimas maravillas este inesperado e indeseado subproducto del cerebro en fascículos, que no logra concentrarse más que muy fugazmente y tan solo en imágenes con el menor texto posible y siempre que sean brillantes, coloristas, divertidas,
sorprendentes o impactantes.

¿Y qué ocurre al día siguiente en las clases?
   Que los maestros y profesores tendrían que ser auténticos héroes y magos, consumados actores o presentadores, para mantener la atención de sus alumnos una hora seguida hablándoles de matemáticas, geografía, etc., y durante varias clases cada día.
   Todos los que conozco me comentan que la capacidad de atención y de concentración sigue bajando alarmantemente, que muy pocos alumnos están capacitados para seguir la exposición de un tema durante todo el tiempo de una clase, y que en cada aula destacan solamente los ojos brillantes y atentos de los pocos alumnos que se van salvando.
   ¿Cómo van a prepararse para realizar bien trabajos algo cualificados, y no digamos para seguir estudios más complejos y especializarse en algo medianamente interesante, unos chicos que no pueden concentrarse ni media hora seguida, y necesitan impactos continuamente renovados que les llamen la atención?
   El pintor Delacroix decía que se llega a ser maestro en algo cuando se dedica a las cosas el tiempo que merecen.
Y casi todas las profesiones precisan de un aprendizaje y un adiestramiento rutinarios y repetitivos, que exige constancia y concentración.
   Para animarles e inducirles a ello no se me ocurre más que una medicina, que sugiero vacilantemente y sin considerarla una panacea, claro: el hacer todo lo posible para que tengan aficiones, porque a los chavales que vibran por alguna les vemos dedicándola horas y horas, concentrados, realizados y felices.
   Y no me refiero únicamente a la lectura, claro, sino también a los deportes, la naturaleza, el escultismo, el ecologismo, el pacifismo, o bien oír música, tocar algún instrumento, representar obras de teatro, el excursionismo, las reforestaciones, cuidar animales, o los muy diversos coleccionismos,o  el hacer maquetas de barcos o aviones,  apuntarse a alguna ONG o a otras entidades de acción colectiva, etcétera.
   Creo sinceramente que los que cultivan aficiones superan mucho más fácilmente que los demás la nociva acción del cerebro en fascículos.

Además de hacer pactos por el libro y la lectura, que obviamente me parecen estupendos, deberíamos hacer también un gran pacto para concienciar a la sociedad respecto a la desoladora crisis de valores e ideales en la juventud.
   Tenemos que plantearnos con toda crudeza qué futuro mental, ideológico, les estamos preparando. Hemos de hacer una seria autocrítica respecto a las deleznables proteínas y vitaminas con que estamos alimentando sus cerebros, que son lo único con que contarán para disfrutar de la vida y hacer algo creativo, fructífero o hermoso cuando sean mayores, y lo único con que cuenta este país para salir adelante.
   Resulta obvio decir que la prosperidad y la calidad de vida (no sólo económica) que tendrá en el futuro un país dependerán en gran medida de cómo se esté formando hoy a los niños y adolescentes.
   Y me temo que estamos propiciando el desarrollo de muchos materialistas caprichosos, con un horizonte mental alimentado con la telebasura y ciertas revistas superpobladas de famosejos y famosuchas que son los ejemplos que se les propone imitar.
   De todo este asunto tan amplio solamente puedo opinar sobre su faceta más relacionada con la lectura, sobre la cual hablo con conocimiento de causa, como cualquier otro buen lector, porque ¿quién de nosotros no recibió de chaval, sin casi darse cuenta, y mientras se divertía y emocionaba con las aventuras de nuestros héroes y heroínas favoritos, ejemplos de comportamiento que ponían de manifiesto que tenían unos valores y luchaban por unos ideales?
   ¡Si eso era precisamente uno de los mayores atractivos de muchísimas novelas! Y lo vivimos de la mano de personajes que conocimos durante la adolescencia y siguen siendo amigos nuestros, desde Jim Hawkins, el ingenioso, despierto, activo y valiente muchacho de La isla del tesoro, hasta el veterano, resistente, solidario y tenaz cazador Allan Quatermain, que acompañó a otro hombre a buscar a su hermano desaparecido en Las minas del rey Salomón.
   Por eso me da pena ver a tantos chavales que no leen, y a los que además nadie de su entorno parece querer sembrarles o descubrirles inquietudes de ese tipo.
   ¿En qué clase de erial ético van a vivir?
   ¿Cómo van a descubrir, si no se tratan con esos héroes de los libros, ciertas cosas de la vida como la entereza y el valor ante las adversidades, la fuerza de voluntad para resistir sufrimientos y dolores, la austeridad al afrontar privaciones, la constancia en el esfuerzo, en la amistad y en el amor, la lealtad al ser amado y a los amigos, o el hacer algo por los demás o por una causa justa, o el volcarse en defensa de los oprimidos y pisoteados?
   Y para terminar hablemos de la libertad; pero no, por supuesto, de esas burdas, banales y manipuladoras caricaturas de libertad que les meten en la cabeza desde esos programas de televisión y esas revistas a que hemos aludido, sino de lo deseable que sería que la sociedad entera se empeñase en que los niños y adolescentes piensen, no se mantengan pasivos y dóciles ante las comidas de coco que les llueven por doquier, y vayan forjándose una cierta libertad e independencia de pensamiento, y una personalidad propia.
   Esa noble tarea hay que intentarla desde distintos frentes, de los que solo soy especialista en uno, y por ello acabo proclamando que un importante recurso con que contamos es el tratar de animarlos e inclinarlos a la lectura, ese diálogo reposado, hondo y placentero con los mejores espíritus que en el mundo han sido, los más profundos, sabios, entretenidos, reveladores, humorísticos, ingeniosos y brillantes.
   ¡Y además, se pasa estupendamente!
   El libro, para mí, es la más acabada expresión del hombre libre, la forma de creación menos sujeta a trabas y a camisas de fuerza. Se crea con mayor independencia que otras formas de arte y se consume en solitario, a solas con el autor, creando juntamente con él la historia o contrastando con él las ideas. Un lector es una persona que piensa y por tanto vive más que si no lo fuera.
  
   Creo firmemente que cada vez que regalamos un libro estamos regalando una chispa de libertad, y que la fantasía, la imaginación y el pensamiento son los únicos pájaros que nadie puede encerrar en una jaula.


                                             José Antonio del Cañizo Perate