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miércoles, 3 de diciembre de 2014

LAS INOLVIDABLES Y DIVERTIDAS VISITAS DE LOS REYES Y EL PRÍNCIPE AL JARDÍN DE LA CONCEPCIÓN DE MÁLAGA

 
   Dentro de mi satisfactoria y gozosa dedicación durante unos cincuenta años al mundo de la Jardinería me han entusiasmado muy especialmente los jardines históricos, en los que se añaden a los atractivos de la vegetación en sí la evocación y el estudio de las épocas en que fueron creados y los personajes que los disfrutaron.  

   Dediqué cinco años a salvar y restaurar los jardines de la Hacienda de El Retiro de Fray Alonso, que tiene unos tres siglos y está situada en Churriana (Málaga), y diez años al Jardín Botánico-Histórico La Concepción, que tiene más de un siglo y medio y está a la salida de Málaga en dirección a Madrid.




Visitas en 1998 y en 2003

   Y ahora que los reyes de España ya no son mi coetáneo Don Juan Carlos y Doña Sofía, sino Felipe VI y Doña Leticia, he estado recordando la visita de los primeros a La Concepción el 22 de Junio de 1998, y la del entonces príncipe el 5 de Enero de 2003.

La jornada de los Reyes en 1998

   La entonces alcaldesa de Málaga, Celia Villalobos, y la concejala responsable del Patronato Botánico Municipal y del Jardín Botánico-Histórico La Concepción, Ana Rico, me avisaron de la inminente visita regia, y el viejo edificio rehabilitado para las oficinas de dicho Patronato se transformó en un par de días como por arte de magia.

   El entonces y ahora Jefe de Protocolo del Ayuntamiento, Rafael Illa, hizo de mago con los correspondientes operarios, y transformaron varias vetustas estancias en un dormitorio y un cuarto de baño regios, y un despacho en cuya decorativa mesa pusimos el Libro de Honor de La Concepción, del que conservo la fotocopia de la primera página, en la que se lee:

   “Al Jardín Botánico de La Concepción con nuestro saludo más afectuoso.

Juan Carlos R.           Sofía R.                  22-VII.98.”

Las recepciones y las piezas arqueológicas

   A lo largo del día los Reyes recibieron a tres amplios colectivos de personas notables, y mientras él charlaba con todos y les hacía reír con su simpatía y su buen humor habituales, ella empezó a preguntarles cosas a la alcaldesa y la concejala, que me llamaron.
  
 Y tras charlar sobre varios asuntos que le interesaban le dije que, dada su conocida afición a la Arqueología, le podía gustar ver el pequeño pero refinado Museo Loringiano, cerca del cual y dentro del cual había estatuas y restos de mosaicos romanos, que habíamos complementado con unos paneles informativos y con una amplia foto del gran mosaico romano que ocupaba todo el suelo, y que los propietarios vascos de La Concepción se llevaron al mausoleo familiar sito en su tierra.

   Y también habíamos puesto  una copia en papel de la Lex Flavia Malacitana, por la que se regía esta tierra en el siglo primero de nuestra era, y cuyo original en bronce estaba y está en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. Y quedamos en que después de la comida en el cenador de las glicinias no bajaríamos hasta la entrada principal por el camino ancho sino caminando a lo largo del arroyo de la ninfa, para ver dicho museíto y las estatuas.

Precauciones en cuanto a la seguridad de los reyes

    Y aquí es imprescindible  retroceder un par de días, para hablar de las precauciones en cuanto a la seguridad de nuestros regios visitantes. Mientras se estaba acondicionando todo aquello me anunció la simpática y eficaz secretaria Pilar Arcá que dos guardias de seguridad de los reyes querían verme, y entraron en mi despacho dos mocetones uniformados que parecían sacados de una película sobre la policía montada del Canadá o algo parecido, y que efectivamente tenían a sus caballos esperando fuera (afortunadamente).

   Me pidieron que pusiese a su disposición a alguien que les guiase al rodear por completo la finca, para inspeccionar la alambrada que la circunda y analizar si algún tirador podría disparar desde algún sitio, cortando o no para ello la alambrada. Les presenté a la persona adecuada y no volví a verlos.

  Y en cuanto llegaron los reyes vimos que siempre había muy cerca dos hombres de paisano que obviamente pertenecían también al equipo de seguridad.

El paseo hasta la salida y las tres sorpresas

 El recorrido vespertino desde el cenador de las glicinias hasta el Museo Loringiano y la puerta de entrada y salida del público fue digno de una escena cinematográfica.

   En la gran foto del diario Sur  del 23 de Junio de 1998 se veía abajo un tramo del arroyo de la ninfa y la propia estatua de la ninfa, y desde la derecha de la foto a Ana Rico, Doña Sofía, Celia Villalobos, Don Juan Carlos, Javier Arenas (que actuaba como Ministro de Jornada), un servidor de ustedes, un guardaespaldas y el ya mencionado Jefe de Protocolo, Rafael Illa.

   Yo iba hablándoles de algunas plantas que íbamos viendo, como en este caso los nenúfares, y en un momento dado la Reina, siempre interesada por todo, preguntó:

-¿Y también hay aquí animales?
  
   Y cuando yo contesté que sobre todo aves, y que las estaba catalogando un equipo de ornitólogos, me desmintieron de inmediato tres apariciones  sucesivas.

   De pronto salió del arroyo un erizo, que al parecer estaba bebiendo o bañándose, y que cruzó tranquilamente el sendero justo delante de los zapatos de la Reina, motivando nuestras exclamaciones de asombro, y desapareciendo de inmediato entre la espesura. ¡Qué capacidad de convocatoria tiene Doña Sofía!, pensé.
   Y al volver la mirada hacia adelante descubrí horrorizado que uno de los caballos de los guardias había dejado allí una prueba inequívoca de su paso. Me adelanté señalando a las copas de los árboles más altos y hablando de ellos, para que toda la comitiva mirase hacia arriba, y puse mis zapatos de manera que ocultaron aquello.

Y en cuanto pasó ese peligro nos asustó algo inesperado. No he dicho que además del mencionado guardaespaldas había otro que caminaba unos diez o quince metros antes que nosotros y mirándonos, pues andaba hacia atrás y giraba la cabeza continuamente para no caerse en el arroyo. Estaba claro que iba así para que entre los dos lo controlasen todo.

   Y de pronto nos quedamos de piedra cuando empezó a señalarnos con un dedo índice acusador, y moviendo la mano nerviosamente. Yo pensaba: ¿pero qué ocurre?, ¿quién de nosotros puede resultarle sospechoso? Y él seguía señalando. De pronto empezó a acercársenos, siempre con el dedo apuntando a alguien, y por fin vimos con alivio que llegaba hasta la primera de la fila, Ana Rico, y le quitaba de su chaqueta blanca un escarabajo negro que se veía al día siguiente como una rayita en la foto del  diario Sur.

   En dicho periódico constaba al día siguiente que la Reina había recalcado que “La Concepción es un paraíso”, y contaba algo que me gustó mucho cuando lo presencié.

   Yo le había dicho a todo el personal que cuando estuviésemos a punto de llegar a la verja de entrada y salida formase una fila ante la casita de la taquilla, para que lo Reyes les saludasen al pasar. Y podían haberse limitado a hacer unos gestos de despedida y decir adiós; pero la Reina se detuvo y con una gran sonrisa acompañada con unos gestos de las manos les dijo algo así:

-Venid, venid, acercaos para que os demos la enhorabuena por cómo está el jardín de cuidado, y cómo ha funcionado todo a lo largo de este día maravilloso.      

La jornada del Príncipe Felipe el 5 de Enero de 2003

   Eran los tiempos en que habían urgido conflictos a causa de las relaciones de Felipe de Borbón con la modelo Eva Sannum, y él había tenido que terminarlas, y nos anunciaron que pasaría en La Concepción unas horas el 5 de Enero, durante una comida y un encuentro con no recuerdo qué colectivo, quizás de empresarios o algo semejante.

   El caso es que todos sabíamos que el príncipe estaba muy triste y muy solitario, y decidí hablar con las guías que explicaban cosas sobre el jardín en varios idiomas, y al frente de las cuales estaba Soraya, que desempeñaba su cargo perfectamente.

   -Ya sabéis lo que le ha pasado al príncipe y lo triste que está -les dije-, y considero importante para el país que encuentre cuanto antes una joven estupenda. Lógicamente Soraya y Estefanía tienen mucho adelantado gracias a sus nombres; pero las demás no dejéis de intentarlo. En consecuencia os ruego que me entreguéis antes de ese día un folio con una foto, vuestro nombre, vuestra edad, vuestros datos de contacto, y obviamente ese objeto tan importante para un príncipe.

-¿Qué objeto? ¿Qué quieres decir? – preguntaron intrigadísimas.

-Evidentemente un zapatito. Dadme cada una un zapatito dentro de una bolsa bonita, y yo se los haré llegar otro día, pues no es cosa de entregárselos delante de todos los asistentes a la comida.

-¡Huy, qué horror! -exclamó Estefanía-, entonces yo no tengo ninguna esperanza, porque calzo un 42.

-Bueno, pero no te desanimes, que yo le diré que eres una mujer con una base muy sólida. Y cuando él vaya a salir os telefonearé para que forméis delante de la taquilla y le despidáis con una sonrisa cuando pase con su coche. ¡Tenemos que animarle!


   Pero, como todo el mundo sabe, la sensacional aparición de una atractiva e inteligente asturiana impidió que yo, por única vez en mi vida, actuase de casamentero.

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