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viernes, 26 de diciembre de 2014

CHISPAZOS – 1



   Empiezo a fines del año 2014 esta serie de textos breves, y lo hago con un canto de amor a los libros y la lectura que acabo de leer en el número de Noviembre-Diciembre de la revista El Ciervo de Barcelona, en la que colaboré con muchos artículos hace bastantes  años, y mi mujer, María Luisa Nadal Escalona, pertenecía al consejo de redacción de Madrid, y también publicó algunos.
   En este último número Toni Comín, hijo de Alfonso Carlos Comín, culmina una serie de tres artículos interesantísimos sobre su estancia en la casa de Nelson Mandela.
   Llega un momento de la noche en que Mandela se retira a dormir, y su esposa sigue charlando un rato más con Comín. Y mientras Mandela va subiendo las escaleras comenta que va a leer un rato, y añade con una gran añoranza: “¡En la cárcel sí que tenía yo tiempo para leer, y no como en todos estos últimos años!”.
   Los aficionados a la lectura nos alegramos mucho de que en sus 27 años de cárcel tuviese tiempo de leer muchíiiiisimo…

                                    ***

   Una de las frases más sencillas y más veraces que escribió Jorge Luis Borges me gusta mucho: “La Literatura es una de las formas de la felicidad”.
   Y se atribuye a varias personas otra estupenda, que asegura que “El dinero no da la felicidad; pero ayuda a comprar libros”.
                                  ***
   Entre las personas que lógicamente leen muchísimo, porque son académicos de la lengua, hay algunos que se llevan fatal con otros, y el caso más divertido que conozco se refiere a dos miembros de la Real Academia Francesa. Hace bastantes años me contaron que como muchos académicos eran muy mayores había con cierta frecuencia entierros, muchos de los cuales se celebraban en el famoso Cementerio del Padre Lachaise, en París.
   Al terminar uno de ellos volvían juntos caminando hacia el centro de la capital dos académicos que se odiaban, y que vivían en el mismo barrio. Y al cabo de un rato el que tenía menos años le preguntó al otro:
   -¿Y a usted le merece realmente la pena venir hasta el centro, para tener que volver muy pronto al cementerio?      

                                  ***
   Hablando de personas que han alcanzado edades muy avanzadas recuerdo que un gran amigo mío me contó que tenía en tío en el norte de España que se mantenía bastante bien de salud pese a haber cumplido noventa años.
   Mi amigo fue a verle en fecha tan señalada, y su tío le comentó que sentía desde hacía poco algunas molestias y que al día siguiente tenía hora con un médico. Fueron los dos, y cuando el doctor le recomendó una medicina y extendió la receta, él la cogió con aspecto preocupado y hasta receloso y le preguntó al médico:
 -¿Pero esto no me creará hábito?

                                ***
   Ese amigo y yo estudiamos juntos la carrera de doctor ingeniero agrónomo, y por asociación de ideas me acuerdo ahora de que hace muchos años me telefoneó a la oficina del Ministerio de Agricultura en Málaga un importantísimo alto cargo del Ministerio en Madrid, y me dijo que iba a Canarias pero quería pasar un par de días en Málaga, y ver algunos ejemplos especiales o curiosos de agricultura y ganadería.
   -Habla con el jefe de los veterinarios, esperadme ambos en el aeropuerto, y como siempre estoy viendo explotaciones modernísimas y ejemplares buscar algo original.
   Primero el jefe de los veterinarios nos llevó a lo alto de un monte para ver a un pastor de lo más rústico que estaba rodeado por unas cincuenta cabras parecidísimas entre sí.
   Yo me preguntaba qué particularidad tendría aquello; pero en cuanto una de las cabras se apartó unos metros del rebaño el pastor gritó “¡Aquí, Manuela!”,  y ella acudió presurosa y abriendo la boca para tragarse la almendra que él había sacado del bolsillo.
   Inmediatamente después gritó: “¡Aquí, Juliana!”, y se repitió la escena con otra, y siguió llamando a quince o veinte más.
   -Pero ¿cómo consigue usted esto? –preguntó asombrado el director general.
   -Pues porque llevo muchos años de pastor, siempre solo aquí por los  montes, y sin hablar con nadie, y en ago tenía que entretenerme.
   Después nos desplazamos a la finca de naranjos, limoneros, mandarinos y pomelos que yo había elegido, y todos los árboles estaban perfectamente cuidados y muy sanos, pero entremezclados a lo loco.
   El director general volvió a quedarse perplejo, y en su interior debía de estarse preguntando: “¿Pero Cañizo por qué me habrá traído a esta finca tan disparatada?”. Y le dijo al dueño:
   -No logro comprender por qué lo tiene todo embarullado, cuando cada cítrico tiene una época de recolección diferente, y distintas plagas y enfermedades que hay que tratar en diferentes momentos, y cuando los plantó así se complicó usted la vida para siempre…
   El agricultor sonrió y contestó:
   -Pues lo hice así tras darle muchas vueltas al asunto, porque cuando los planté ya habían nacido mis cuatro hijos, y pensé lo que sigo pensando: que si cuando yo me muera le tocasen a uno todos los naranjos, a otro los limoneros, a otro los mandarinos y a otro los pomelos, todos me maldecirían, pues cada cual pensaría que le había dejado lo peor.
   Desde luego aquel cabrero y aquel agricultor eran dos seres humanos admirables.  
       
                                ***
   Otra anécdota inolvidable la protagonizó una viejecita tan sencilla como aquel cabrero y aquel labrador.
   Vivía en un pueblo grande de la provincia de Málaga, en el que además de la iglesia parroquial había otra, y cada una era la sede de una cofradía. En Semana Santa cada una celebraba su procesión, una con el Cristo de los Verdes y otra con el Cristo de los Morados, llamados así por el ropaje y los ornamentos de cada uno de los dos pasos de Semana Santa.
   El amigo nacido en ese pueblo y llamado Ángel que me contó esto siendo él y yo mayores recordaba que durante su infancia y su adolescencia hubo ocasiones en que los cofrades de uno y otro templo estuvieron a punto de pelearse a puñetazos durante una procesión, y desde entonces los dos curas dispusieron que una saliera el Jueves Santo y otra el Viernes Santo.
   Pero como aquello atraía cada vez más público de forasteros y turistas, e incluso de extranjeros que pasaban la Semana Santa en la Costa del Sol, ambos curas comprendieron que era mucho mejor que viesen una sola procesión grandiosa, con ambas imágenes, con todos los cofrades de ambos “bandos”, y con el pueblo en masa.
   Aquel acontecimiento y aquel aluvión de forasteros emocionaron grandemente a las gentes sencillas, y mi amigo Ángel (entonces quinceañero) me contó de mayor que a su lado lloraba de emoción una viejecita, y al preguntarle él por qué lloraba si debía estar muy contenta, ella contestó:
   -¡Ay, Angelito, lloro de tanta alegría y tanta emoción que siento al pensar en lo contenta que estará la Virgen al ver por fin a sus dos hijos  juntos!
  
                                ***

   Y ahora citamos a Shakespeare, y concretamente la escena final de su obra titulada Vida y muerte del Rey Ricardo III, de hacia el año 1590.
   En plena batalla matan a su caballo, Ricardo cae al suelo, se levanta y grita desesperado:
   -¡Un caballo, mi reino por un caballo!
   Es uno de los momentos más dramáticos y más impactantes de la obra; pero en una representación un gracioso que formaba parte del público de las alturas gritó:
   -¿Te da igual un burro?
   El público en pleno se echó a reír a carcajadas, y cualquier otro actor se habría enfadado y habría malogrado totalmente la escena; pero aquel resolvió estupendamente el problema gritándole al gracioso:
   -¡Sí! ¡Baja!

                                          ***
 Y terminamos con otro chispazo algo más largo y más científico pero con un final divertido :) 


La mosca blanca y el humor negro

   Uno de los días más emocionantes (y divertidos) de mi vida profesional fue el de la venida a Málaga de un gran sabio estadounidense de prestigio mundial, para ayudarnos a combatir a un minúsculo insecto que tenía una mala idea gigantesca.
   Era la tristemente famosa mosca blanca de los cítricos (Aleurothrixus floccosus), cuyas larvitas chupan la savia de las hojas de naranjos, limoneros, mandarinos, etcétera, y van deteriorando la copa.

Grandes dificultades para combatirla

   El máximo problema se planteaba en los naranjos agrios (o naranjos amargos) que se alinean en tantas calles andaluzas, en las que no conviene usar naranjos dulces porque muchas personas cogerían  las naranjas, y al hacerlo podrían romper algunas ramas.
   Las larvas están protegidas por unas secreciones blancas a las que se añaden las gotitas del melazo pringoso que segregan, y la negrilla o tizne que acude a vivir allí. Y era dificilísimo pulverizar los naranjos de las aceras sin duchar los primeros pisos con agua envenenada.

El gran sabio americano

   Preocupadísimo con aquel problemón cogí un grueso tomo sobre lucha biológica de un gran sabio de la Universidad de California llamado Paul de Bach, que había resuelto problemas semejantes en varios países con la eficaz ayuda de un insectito bueno llamado Cales noacki, que mataba a los malos.
   En mi calidad de cinéfilo yo veía aquello como una de las películas del Oeste sobre las luchas entre ganaderos y agricultores, cuando estos últimos contratan a un famoso pistolero para que les defienda.
   Y aquella gran autoridad mundial contestó a mi ansioso fax (pues entonces no existía el correo electrónico) con otro que decía que llegaría a Málaga tal día en tal avión con un maletín lleno de tubitos repletos de insectos, que había que utilizar de la siguiente manera.
   Iríamos atando esos tubitos en ramas de naranjos muy atacados de fincas alambradas y cerradas de noche, para que ningún ladrón de frutas pudiera llegar en un camión para cortar muchas ramas llenas de naranjas, llevándose quizás algunos de nuestros queridos tubitos.
   La segunda condición era que los propietarios de las fincas jurasen que no tratarían nunca más, pues matarían a nuestros ayudantes.
   La tercera consistía en que tendríamos que identificar periódicamente con facilidad esos árboles para ir comprobando con una lupa si nuestros amiguitos se iban extendiendo y multiplicando, e ir metiendo en tubitos a sus descendientes, para llevarlos a muchas fincas. (Y yo los fui llevando después por Andalucía y a Valencia y Canarias).
   Pensé intensamente durante los días de espera hasta que comprendí cuál era el naranjal más idóneo.

Su creciente asombro

   Cuando le recogimos en el aeropuerto fuimos charlando animadamente, pues era un hombre simpatiquísimo, y tenía esa sencillez que poseen los verdaderos sabios. Pero cuando vio que íbamos dejando el campo a nuestras espaldas y acercándonos a la capital dijo en inglés lo que traduzco aquí:
   -¿Pero cómo es que vamos a entrar en la ciudad  en vez de ir a una finca de naranjos?
   -Tranquilo, tranquilo, que vamos bien – le dije.
   Se quedó calladísimo, y estoy seguro de que en aquel momento empezó a pensar que se había puesto en manos de un loco, pues ya estábamos entre edificios altos.
   Y su estupor llegó al límite al ver que aparcábamos junto a la puerta del Cementerio de San Miguel, en pleno casco urbano.
   Me miró con ojos desorbitados y dijo:
 -¡But this is a cemetery!

Las ventajas del cementerio

   Y mientras entrábamos le dije:
-Sí, y lo he elegido porque es el único sitio de la provincia que cumple las condiciones que me dijo. Hay un ataque tan tremendo que las personas que vienen con trajes negros se van con los hombros llenos del melazo blanco. Los ingenieros del Ayuntamiento me han jurado que suspenderán los tratamientos. Está rodeado con una reja alta y la verja de entrada la cierran de noche.
   Su expresión de estupor y desconfianza iba siendo sustituida por una sonrisa ilusionada.
   -Y es muy fácil recordar los árboles en los que vamos a poner inmediatamente los tubitos, pues he elegido los naranjos situados cerca de las tumbas y mausoleos de los Heredia, los Larios, los Gross y los Souviron,  y los más próximos a la iglesia. Además nuestra oficina está cerca y podremos venir frecuentemente para ir cazando los insectos cuando se vayan multiplicando, y llevando tubitos a muchas fincas de la provincia.
   Y nunca olvidaré sus risotadas y sus exclamaciones mientras se me acercaba para darme un abrazo y decía abriendo mucho la boca:
   -“¡Humorr negrro españoool! ¡Toda mi vvida llevando bichos porr el mundo, y nunca, nunca en un cemetery!”.



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